Reivindicación de la madurescencia

Éramos cuatro alrededor de una mesa en un pequeño restaurante de la izquierda del Ensanche de Barcelona, frecuentado por dos de los comensales, por lo que nos dispensaron un trato exquisito y, lo más importante, nos dieron la única mesa redonda del local tan estimuladora de buenas conversaciones.

Se trataba de un rencuentro después de muchos años sin coincidir los cuatro: dos hombres y dos mujeres alrededor de la cincuentena.

Nos conocemos desde hace más de veinte años y parte de la comida transcurre confirmando que de casi todo lo que nos une hace más de diez años que sucedió.

Profesionalmente nuestras carreras han sido hasta hace muy poco una lenta y continua progresión... hasta hace poco.

Excepto uno de nosotros, consultor independiente desde hace más de diez años, los demás inauguramos nueva etapa vital, sin organización que nos ampare, solos y libres frente al mundo. Más de treinta años de vida laboral que hay que reconvertir, replantear, revisar, reformular...

El más reciente de los incorporados al club de los consultores autónomos, ha iniciado su reconversión buscando consejo en sus amigos, colegas, incluso consultoras de outplacement:
"Lo tienes crudo para incorporarte a otra organización. Siempre preferirán a un gestor/ejecutivo de 40 que a uno de 50, dedícate a la consultoría", ha oído hasta la saciedad.

Durante la comida revisamos casos y casos de cincuentones en nuestra misma situación y entre risas y temores nos felicitamos por poder por fin paladear el sabor de la libertad.

Y nos explicamos carencias y fortalezas: somos una generación fuerte la de los nacidos en la década de los años 50: Empezamos a trabajar y nos independizamos muy jóvenes (yo, por ejemplo, llevo 37 años cotizando en la Seguridad Social). Vivimos la muerte de Franco en plena juventud (yo tenía 19 años en el 75), nos iniciamos a casi todo con la recién estrenada democracia.

Hasta hoy hemos vivido bastante bien en paralelo al desarrollo económico y del estado del bienestar de España y durante muchos años, el trabajo ha sido el centro de nuestras vidas.

Cuando éramos jóvenes una persona de 50 años nos parecía un viejo y ahora con esa edad nos sentimos pletóricos y con mucha vida por delante. Asusta comenzar de nuevo, pero nos sentimos con fuerza para hacerlo.

Al final de la comida, nos emplazamos para la próxima, para seguir echando unas risas que no hagan más que confirmar nuestra confianza en que no hemos perdido el tren, sino que tenemos mucho que aportar a esta sociedad en pleno cambio, en plena reinvención.

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