Colonos y Residentes Digitales (La revolución Madurescente): Un día "desconectada"

Hace ya un tiempo que me despierto a las siete menos cuarto, haya dormido lo que haya dormido. Es un regalo madurescente y llevo incorporado un despertador natural entre otras mejoras que aporta la edad.

Desayuno de forma consistente, fruta, yogur con cereales y café, porque eso dicen los dietistas que es lo saludable: Desayunar como un rey, comer como un príncipe y cenar como un mendigo... ¡Quién me lo hubiera dicho a mí que durante décadas fui de café solo y a la calle! Mientras desayuno enciendo mi tablet y leo los periódicos, tuiteo alguna noticia interesante, reviso mi correo y mi reader. "Meneo" el último post de Pérez Reverte y ¡a la ducha!

He quedado para comer en la playa con un grupo de primos. Iré con mi hermano y su mujer al que mando un mensaje diciéndole a que hora llegaré a su casa. También escribo un mensaje a mi otro hermano para que sepa que no estaré en casa en todo el día. 

Por la ventana miro cómo ha amanecido el día: nubes y claros, pero por si las moscas preparo la bolsa de la playa y deseo buenos días a mis amigos en Facebook y les enlazo desde YouTube una estupenda canción de Sting: "Shape of my Heart"

Subo al coche y conecto la radio a través del móvil para oír las noticias, el "manos libres" no sea que me pongan una multa y me dispongo a pasar un sábado desconectada y en familia.

Al llegar a casa de mi hermano, me enseña unas fotos estupendas que le han hecho en su último viaje a Tenerife en un Laptop que siempre lleva consigo y, hablando, hablando, llegamos hasta nuestros índices de colesterol (típica conversación madurescente) triglicéridos, ácido úrico... y fotografío la caja de una medicación que me recomienda para recordar el nombre... ¡lo que mi memoria le debe a Internet!!!

He recibido un mensaje en un grupo de WhatsApp proponiéndome asistir esta noche a un concierto de Silvia Pérez Cruz y compruebo en la página de venta de entradas que están agotadas... Otra vez será...

Salimos los tres en un solo coche y siguiendo con las "normas" al uso, uno de nosotros no beberá. Mi cuñada envía un mensaje a mi sobrina... "Nos vamos. Volveremos a media tarde" y otro a la madre de la amiga con quien está pasando el día.

En el coche consulto mi correo (nada nuevo...), el tiempo que nos hará (amenaza lluvia) y anoto 28 puntos en una jugada de "Apalabrados".

Al llegar al restaurante donde comeremos hago checking en Foursquare. ¡Madre mía! Hace más de 20 años que no comía aquí. Creo recordar que la última vez fue con mis padres, mis hermanos, mis tíos, mis primos... algo parecido a lo que haremos hoy pero con una generación desaparecida, la de nuestros padres... Calamares a la romana, mejillones al vapor, ensalada y paella... Como Dios y la tradición mandan. El restaurante ha cambiado, hay Wifi, pero la cocina no.

Somos trece, buen número, once smartphones en la mesa junto al platito del pan. Dos niños de 4 y 6 años, comen menú infantil y juegan en el móvil de sus padres. Nueve de los móviles se convierten en cámaras de fotos para inmortalizar el momento. Yo le doy mi IPhone al camarero porque esta vez quiero salir en la foto y la subo a Facebook. Una de mis primas envía la que ha hecho ella a su hermana que está en NewYork y otra de mis primas a su hijo que está en Costa Rica.

Hacía tiempo que no nos veíamos y la conversación fluye animada resumiendo logros y fracasos, desgracias, buenas noticias y cotilleos de familia. Cada historia remite a una foto (mira mi nieto, estoy alojado en este hotel, estuve en Bogotá...) guardada en el móvil. Uno de mis primos guarda escaneada una foto de mis tíos y mi padre cuando eran niños. Nos reconocemos en esos ojos enormes y oscuros, tristes de posguerra, en esa nariz que nos hermana. Reconocemos rasgos de la familia en el nieto más pequeño que ha salido pastado a su abuelo cuando era niño.

Dividimos la factura a partes iguales en la calculadora del móvil y la tarde transcurre plácida en el jardín de la casa de una de mis primas, oyendo música de los 60 y 70 en Spotify. Siguen las fotos, los envíos por WhatsApp..., no nos despegamos del móvil ni para ir al cuarto de baño y apenas lo usamos para hablar por teléfono, los nuevos hábitos dictan que ocupemos nuestro tiempo con mensajes y Apps. Me descargo una aplicación que emite un sonido que ahuyenta a los mosquitos y mi hermano consulta la fuerza del viento (le encanta navegar) en otra. 

Somos todos inmigrantes digitales. Internet se metió en nuestras vidas cuando ya éramos adultos, pero llevamos nuestro smartphone pegadito a nuestro cuerpo, con parte de nuestro pasado en su memoria. Compartimos con los que están lejos los momentos que estamos viviendo, anotamos los datos que ya no podremos recordar por nosotros mismos, cyborgs, nuestro smartphone es una extensión de nuestra memoria. Estamos conectados, somos residentes digitales y cuando decimos que estamos desconectados hablamos del ordenador, de la pantalla del PC, porque el móvil es ya parte de nosotros mismos y cuando no hay cobertura, nos inquietamos, nos sentimos mal, es una nueva indisposición física.

Y al llegar a casa, por la noche, antes de cenar, antes de nada, enciendo la pantalla de mi Mac y disfruto consultando en Facebook las fotos del día, de mi día y del día de mis amigos... Ha sido un perfecto sábado desconectada...









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