Juventud anarcoindividualista, madurescencia conectada

CRÓNICA SENTIMENTAL EN UN DOMINGO SOLITARIO


Oh ! je voudrais tant que tu te souviennes
des jours heureux où nous étions amis.
en ce temps-là la vie était plus belle,
et le soleil plus brûlant qu'aujourd'hui.
les feuilles mortes se ramassent à la pelle.
tu vois, je n'ai pas oublié...
les feuilles mortes se ramassent à la pelle,
les souvenirs et les regrets aussi
et le vent du nord les emporte
dans la nuit froide de l'oubli.
tu vois, je n'ai pas oublié
la chanson que tu me chantais...

Jacques Prévert


Corrían los años 70, quedábamos en un garito increíble cerca de la Plaza Molina, donde se recitaba poesía del 27, se cantaban romances de ciego y se bebía tinto peleón y manzanilla. A veces aparecía Paco Ibáñez después de la enésima prohibición de su recital en el Palau de la Música. No había dos sillas iguales y el dueño, García Ramos, era un verdadero artista, el último rapsoda de Barcelona, recitando a Alberti con una profunda y poderosa voz...¡Por el amor de dios, una limosna!
  


Todo por vivir y el temor de no apurar hasta la última gota todo lo que nos ofreciera el día. Siempre al límite, con los ojos bien abiertos, atenta a todo lo desconocido, a lo prohibido, a lo perturbador... El temor de ser sólo espectadora y no protagonista del momento, lo aceleraba todo.

Pasé el examen de "variedades" en el sindicato vertical de la Vía Layetana, porque sin carnet profesional no podía pertenecer a la CNT, a la sección de Mujeres Libres. 

Y aunque sufría lo indecible cada noche que tenía que salir a pegar carteles y era muy torpe corriendo Ramblas abajo delante de las porras, viví apasionadamente los dulces años 70 disfrazada de progre, con el corazón enamorado y alas en el alma.

Quedábamos en García Ramos y yo me emborrachaba más de poesía y deseo, que de vino. Y en García Ramos leíamos a Herman Hesse y a Kerouac y fumábamos un Ducados tras otro.

Siempre fui excluyente, sectaria, de "petit comité", me molestaban las masas hasta en los conciertos. Recuerdo uno de Jethro Tull en Badalona en el que me estalló un cristal en la cara por la presión de cientos de personas sin entrada que intentaban lo de "todos a una". Prefería las cavas de jazz, los bares pensados para besarse, las luces mortecinas de los pubs, hasta las románticas velas de "Les gens que j'aime".

Me gustaba escaparme del grupo, los dos bajando las Ramblas cogidos de la mano, solos y compartir unos espaguetis cerca del London, en la Rivolta, aún puedo oler su peculiar salsa de tomate con orégano...




Acabábamos muchas noches en "Les enfants terribles" o en el "Jazz Colón", el Zeleste, el Abraxas, la Enagua, el Zig Zag,... la mejor música, una forma de vivir... y de madrugada siempre caía un libro "distraído" del drugstore de las Ramblas, del Paseo de Gracia o del Drag Blau de la Plaza Lesseps, ya cerca de casa.




Y siempre disfruté de los paseos solitarios junto al mar, incluso antes de las olimpiadas, cuando la playa era en Barcelona algo cutre y para el lumpen, más relacionada con el Somorrostro que con la actual Mar Bella. Y en la de la Barceloneta nos gustaba comer paella en un chiriguito con los pies descalzos en la arena.



Y cuántas tardes en el que fue nuestro primer piso, un octavo sin ascensor, casi un palomar, de un solo espacio, pintado de amarillo y negro, cerca de los Encantes. Piso de paso para amigos, conocidos y hasta enemigos, refugio y centro de operaciones, con la música siempre a todo volumen... Pink Floid, Genesis, Yes, King Krimson, Emerson Lake & Palmer, pero también Lole y Manuel, Kiko Veneno, Aute, rozando el cielo, los colchones en la terraza en verano.  Y yo que volvía a casa de mis padres en mayo para poder estudiar y preparar los finales...

Todo esto ha venido a mi memoria en una brillante tarde de primavera, domingo de Gloria, en Barcelona, paseando por mi nuevo barrio y al tropezarme con la que fue mi primera discoteca, tendría yo 16 años, que ahora acoge lo que fue La Cova del Drac, pero que en los 70 fue el Balalaika, el primer lugar donde dejé que unas torpes manos adolescentes me recorrieran, mientras bailábamos muy pegados "Nights in white satin" de The Moody Blues.






 

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