#Babyboomers consumidores y propietarios: La auténtica brecha digital

Imagen: Green Eileen
Los "babyboomers" somos por definición una generación de consumidores y propietarios. Nuestra economía parte de la escasez. Pero está emergiendo de forma clara una economía que parte de la abundancia, la economía del compartir y que sustituye la propiedad por el "uso". Las generaciones digitalizadas son usuarias de bienes compartidos en lugar de consumidoras compradoras compulsivas.

Los consumidores/usuarios se preguntan por qué no pueden ofrecer su coche, que permanece en el garaje la mayor parte del tiempo, a cambio de algo de dinero o de que paseen a su mascota cuando él no pueda hacerlo, o ofrecer esa "habitación de invitados" que se utiliza una vez al año, por una módica cantidad o a cambio de una práctica de conversación en inglés. Y lo hacen a través de cientos de plataformas digitales que rompen las barreras de las relaciones entre desconocidos, creando una red que nos devuelve a la tribu, al trueque, a la generosidad y la solidaridad, pero también a una economía de compra/venta entre particulares con la sola intermediación de una plataforma digital.

Se trata, pues, de capitalizar la abundancia. Se comparten casas, aficiones, habilidades, animales domésticos, coches, artículos de consumo y todo aquello que uno no usa continuamente, lo infrautilizado, lo que sobra, lo que ha cumplido su ciclo de uso. 

La economía de la abundancia exige por parte de los consumidores una actitud abierta, de aceptación de la diversidad, con la que se difuminan las fronteras de la intimidad y la privacidad. Compartir exige sentirse parte de la tribu, exige una mentalidad inclusiva de ser parte de la comunidad, de sentirse nodo de una tupida red interconectada.

Los babyboomers hemos sido educados en el respeto a la propiedad privada y a la privacidad. Vendemos nuestro tiempo a cambio de un salario que nos dé estabilidad, rechazamos el cambio que altera nuestra zona de confort y por eso huimos del riesgo y la aventura, porque nos exponen al error y el fracaso tan mal visto en nuestra cultura.

Imagen: FREDDYBRM

Y del mismo modo, desconfiamos de "los otros", los desconocidos, los que no pertenecen a nuestro círculo íntimo. Y realizamos diatribas contra la comunicación a través de canales digitales, censuramos las relaciones a través de Internet, y las conversaciones a través de redes sociales nos parecen llenas de peligros y amenazas difusas. 

Así que una de las dificultades con las que nos topamos los profesionales madurescentes, ansiosos de transformación y desarrollo, que no nos conformamos con el "más de lo mismo", sino que soñamos con ser parte activa de esta revolución social y profesional que estamos viviendo, es desaprender esos viejos valores del siglo XX en el que transcurrió nuestra primera edad, para incorporar los nuevos valores emergentes de la economía de la abundancia y la colaboración.

Los inmigrantes digitales estamos transitando desde nuestro cubículo laboral de antaño, inamovible y estático, hacia espacios versátiles y efímeros, espacios de encuentro que se hallan más en el espacio digital que en el físico, espacios de intercambio y ayuda donde sentirse protegido y arropado en este mundo volátil, incierto, cambiante y ambiguo en el que nos tendemos la mano a través de los hilos tenues de la red.

Imagen: Collaborative Lab

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